jueves, 8 de septiembre de 2011

Las flores a morir

Mientras sigues encerrada

en lo más recóndito

de una diminuta caja de concreto y cristal

yo sigo afuera

oliendo el olor a panteón

que emana de mi piel,

a su pútrida tierra de muerte y dolo,

a las espinas de flores marchitas

que envenenan de pesar la latitud,

al hueso corroído hasta la ceniza,

a los órganos coagulosos y regordetes

devorados por millares de gusanos.

Y no es un mal hedor,

solo es el hedor

de la eternidad incorpórea.

Cierro a la par mis manos

capturando la más exquisita de todas las esencias,

entre mis dedos apretados pongo el ojo

y diviso el olvido,

es como un remolino espacial

que gotea un negro tan oscuro que me causa pavor.

Mis manos son un espacio suficiente

donde cohabitan infinitas almas

que lloran ante el espanto del último suspiro.

Con mis manos cubro a plenitud un espacio dulce

en donde el tiempo dejó de capturar al ayer

y lanzó al abandono

el transcurrir de tu legado.

Mis manos se desfragmentan

como granada mártir al limpiar mis lágrimas.

En mis manos cabe toda tu vida.

Mis manos aplastan toda vida.

Mis manos se desmoronan

como arena soplada.

La muerte no es sino una mera confusión

entre lo que respira a través de la carne

y lo volátil de la fantasía.

La muerte es un alfiler

enterrado en el corazón

que deja lentamente de sangrar.

La muerte es la estaca profunda

que se quedó perdida en las marañas

de nuestras entrañas.

Podrán pasar un millón de días y sin embargo

las espinas se aferran a uno como la sal al mar.

Podrán nacer un millón de madres

y todas están destinadas a caer

una vez la puesta del sol.

La muerte es vida efímera

intrincada en lo más hondo de nuestras almas.

La muerte es un recuerdo póstumo de la materia que se esfuma.

La muerte es perderse a nado

en un pajar de caos.

La muerte son nubes infinitas

que danzan al compás del tronido de las ramas.

La muerte es cuestión de nulidad

y una línea trazada por el más intenso de los carbones

desde el punto cero hasta el punto de nunca acabar.

La muerte no se olvida,

se vive

y es un pesar tan intenso

que las fibras más insensibles de nuestro ser

se tiñen de un rojo tan vivo que quema,

extrema al espíritu

y lo oprime con lo más pesado de su objeción .

Y mientras mis órganos siguen cargados de calor vital,

escupiendo,

blasfemando

y latiendo como marimbas silenciosas,

la muerte me aguarda sigilosa,

detrás de las montañas que tendré,

algún día,

atravesar.

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