Ibas de leopardo. Tenías toda su sensualidad y pasión.
Sabía que le habías robado el alma a una de estas majestuosas bestias. Eras todita
tú, completita en toda materia, en piel, en color, en tacto, eras la misma ninfa
con cabellos negros como el abismo y tus ojitos conservaban el color de la
laguna virgen a la cual íbamos a perdernos. Tenías las manchas del animal por
todas partes, de pies a cabeza, totalmente hermosa, como una bestia cargada de
lujuria. Ibas desnuda y arribita de tu delicioso y blanco trasero te salía una larga
y sensual cola felina, ensalzando a tu perfecta y curvilínea cadera.
Fuiste libido andante, mostrando tu cuerpo sereno como
lienzo, con lo pardo de las manchas, sensual e indeleble como una gran fiera.
Caliente y húmeda, casi incorpórea para mi tacto. Ibas con mirada penetrante y
ardiente, como de Fénix reencarnado. Ávidamente gesticulabas tu deliciosa y
carnosa boca de fresa haciéndome tambalear. Ibas celestial como las nubes y yo
empezaba a vibrar con los cosquilleos del amor.
Corrías, brincabas, escupías, sangrabas, jugabas. Me
olfateabas cada rincón. Me lamías en caricias mientras agitabas frenética la
cola. Me tirabas al suelo y te ibas, me mordías el cuello, las orejas, la
espalda. Te parabas frente a mí, te tocabas los perfectos senos y los hacías
bailar en vibración, los lamias y mordías, los amabas hasta las ansias.
Yo estaba sulfurando. Lo único que anhelaba era volver
a poner mis labios entre los labios de entre tus piernas, comerte todita desde
allí, ansiaba chuparte, lamerte, escupirte, tocarte, cogerte, magullarte,
odiarte, amarte y todo a la vez.
Dabas vueltas a mi alrededor, mirándome, pensando en
la manera de acabar con mi ser, con mi falo, con la dignidad que nunca tuve.
Querías drenar mi semen, veía tus ganas de extasiarme frenéticamente.
Nunca estuviste quieta. Me sometiste y caí rendido de
espaldas, sentado sobre el suelo. Embriagado de placer me incliné hacia atrás, entonces
me dijiste, Cierra los ojos y así mantente, con la cabeza inclinada, llena de
saliva tu lengua, llénala de mucha saliva y sácala.
Obecedí y esperé. Esperé y esperé hasta que una gota de
Dios cayó en mi lengua, gritaste, Beber de mi lluvia. Seguía con los ojos
cerrados y bebía lo que caía dentro de mi boca, gotitas sabor a caos, gotas
tempestuosas del fruto prohibido, lágrimas del último asceta. Me llené de
espuma vaginal hasta el desborde. Sentía las gotas eróticas recorrerme la piel,
cayendo como cascada que lame al suelo fértil, gota tras gota hasta llenar al
Pacífico.
Con mi lengua me mojo mis labios, con tu lluvia vuela
mi ser.
Abre los ojos, me ordenó. Hice caso y vi sus piernas
llenas de danzantes serpientes que besaban la planta de sus pies, eran ríos y
caudales de amor escurriéndose entre sí. Estabas agachada, de espaldas hacia
mí, con el culo y la vagina goteando delicioso néctar
por todo mi rostro, recorriéndome gotas de ti que iban a desembocar hasta mi
falo maniaco. Te sentaste en mi cara y te empezaste a restregar. Despacito
primero, como un murmullo, para después aumentar la intensidad hasta emitir el
más fuerte de todos los gritos. Te subías y bajabas por mi rostro hasta casi asfixiarme.
Dejaste una obra maestra en toda mi cara, el más rico de los recuerdos.
Fuiste arte, y como gran arte, engaño.
Bebí de tus néctares hasta el desmayo. Cuando recuperé
la consciencia me vi envuelto en estelas de poder color oro, mi fragilidad
estaba esfumándose. Torné felino a causa de tus jugos cósmicos. Me convertí en
la bestia que deseabas en tus adentros.
Me levanté del embriagador estado y te miré fíjamente
a los ojos, Ven acá, te ordené, sabiendo que ya nada tenía que temer. Mi cabeza
trepidante se había puesto violenta, digna de desmoronar como un castillo de
arena la dignidad de cualquier prejuicioso moralista. Y empezamos a follar como
lo que fuimos, bestias insaciables.
Te pude cortejar como el gran mamífero, olerte el culo,
darte vueltas por todo el espacio, nos montábamos una y otra vez. Ya felino,
pude lamerte toditito el cuerpo, morderte, azuzarte, acariciarte, anestesiarte
y eyacularte una y otra vez hasta el fin del amor.
Penetrar, salir, moverse, gritar, morder, pellizcar,
lamer, escupir, acariciar. Como animales, como ascetas, como vírgenes, como si
el cosmos fuese a colapsar.
Y sonó la puta alarma. Desperté, luego, el mundo se desmoronó
hasta el crac.