viernes, 25 de octubre de 2013

Carta de amor y de adiós (después de algunas vidas)

No sé que fue lo primero que me enamoró de ti, no hay manera de entender el comienzo si el comienzo ya estaba dentro de mi incluso antes de conocerte. Ya daba todo por la relación incluso antes de verte caminar por la acera contraria. Soñaba contigo y con tu espíritu, con tus posibles olores, con tu posible carácter, con tu posible ser.

En todos los planos ibas bella y altanera, bonita y lindísima como el polen que pulula en primavera, delicada y transparente, también ibas peligrosa. Ya sabes, las flores con mayor número de espinas son las más hermosas. Al pétalo se le aprende a amar, a las espinas primero se les respeta y después de algunos pinchazos e infecciones, se les odia. 

Incluso antes de conocerte calculé el número exacto de litros de lágrimas que derramaría, en este punto fui el peor de todos los ingenieros pues me preparé para ser desbordado por los metros cúbicos de un estanque, si a caso de un lago, sin embargo después de ti ayudé a elevar los niveles de todos los océanos debido a los infinitos desbordes a raudales desde mis cuencos que ven.

Cuando finalmente te conocí no tenías ni puta idea de mí. Te observaba admirado cada que coincidías frente al camino de mis superfluos ojos y yo imaginaba y te hacía historias, historias con colores, historias con champagne, historias de viajes místicos, historias que matan. Ya te amaba con todas las ansias. 

Planeaba nuestros siguientes viajes y sin embargo no sabía ni que hacías, ni que veías, ni si estabas con alguien, pero estas coincidencias frecuentes me hicieron medir los momentos con el grandilocuente invento humano, el reloj. A partir de ahí sabía en qué momentos tendría que ir a coincidir para verte danzar al compás de la caminata. Tus horarios no fallaban y mi espíritu cada vez se hacía más fuerte.

Aún sin conocerte siempre te extrañaba, te extrañé durante muchas mañanas, te extrañé durante todas mis noches. Hasta que te conocí, entonces todo mi mundo se simplificó entre dos ocasos, uno de sol y otro de luna, uno que sale y otro que entra, en uno estabas tú, en el otro, también. Fue cuestión del cosmos y del espíritu intangible que habita dentro de los corazones que murmullan. Y tú tienes un corazón así de gigante y yo tenía un corazón gigante y hueco dispuesto a ser llenado por ti.

Platicamos, salimos, volvimos a coincidir y bebimos hasta el primer beso. A partir de aquí la polarización de mi alma se dividió entre las dos más grandes vertientes humanas, la del amor y la del odio. Aprendí que si amas a alguien odiarás su partida, viví que si estás enamorado odiarás cada una de sus mentiras. Y ella me mintió y yo le mentí y todos nos mentimos y la vorágine del caos acabó por esconder nuestros pétalos y por afilar nuestras espinas.

Han pasado ya algunas vidas desde la última vez que la vi, vidas de miedo, vidas de celos, vidas sin ti. 

Contigo aprendí que un duelo no es solo una madre que muere inesperadamente, duelo no es solo un cuerpo rígido y frío, duelo no es solo un pedazo de carne humana devorada por los gusanos, no. Duelo también son las noches sin ti, mañanas en las que daría mi vida entera por un solo instante más contigo, por un día más para despertar abrazadito contigo, amanecer llenos de júbilo, gracia y amor tan desbordante que antes de que te laves la boca te besaría apasionadamente. Antes de irte al trabajo te follaría como un toro enamorado hasta nuestras muertes chiquitas, luego volveríamos a hacerlo sin importar los minutos de retardo, después te dejaría el desayuno una vez que salieras hermosa y reluciente después de arreglarte.

Nunca he podido ser aquel gran iluminado del que los ascetas hablan. Soy un trapo, un débil, un enclenque fútil y humano que palidece sin usted. No soy el tipo desprendido de todo, al menos no de lo nuestro. He podido desprenderme de mi mismo, de la vida, puedo desprenderme de la triste estirpe humana. Enterré a mis mis más queridos muertos y me desprendí en vida de ellos. Me desprendí de mi piel y de mis ojos, de mis entrañas y de mi corazón, me desprendí y me corté para hallarte dentro de mi, para encontrarte y tirarte y lanzarte lejos y fuera de mi, porque mi cabeza y su razón no podían con tanto sentimentalismo desbordado causado por ti. Así hasta que me quedé desnudo, con los huesos expuestos y triturados, no te encontré ni en algún cúmulo de coágulos, tú ya estabas en todas partes, como un cáncer que invade a todo el ser, te habías homogenizado en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma y fuimos uno mismo durante el camino. Me saqué los dientes y en las raíces sangrantes de roja papilla también estabas. Estabas en mi hígado, estabas en mis tripas, en mi cabeza, dentro del corazón, flotabas junto a mi alma.

No, de ti no me puedo desprender y me avergüenzo de no ser el tipo duro y cruel que olvida sus lamentos en los brazos de otras. A mi no me interesa ningún otra, a mi sólo me interesas tú. Tu alma, tu cabeza, tu arte, tus besos, tu boca, tus senos, tu olor, tus vellos, tu sexo, tu espíritu, tu todo.

Te escribo esta carta desde la solemnidad de algún puerto frío y olvidado. Han pasado muchas vidas y aquí sigo, sentado y meciéndome frente al mar, con todas las infinitas posibilidades de vida y sin embargo estoy aquí soñándote, extrañándote, llorándote. 

Me vine al puerto porque aquí es más fácil disimular la tempestad de aguacero que yacen en mis ojitos, soy ahora un hombre sentado en una piedra a la orilla del mar, destinado a derramar sal y agua a lo largo y ancho de los océanos desde este hermoso y distante puerto de huida.

Playa del amor, del dolor, playa de ti, playa de la huida. Huida del caos, de la aspereza de tus labios cuando gritabas y llorabas y me cortabas. Huyo de mí, huyo, huyo y en todas partes ahí te encuentro. Arriba de la piedra, en el trago que bebo, en el mecer de las hojas, en el cigarrillo que aspiro, en el ojo de la luna. Me largo a predicar en soledad y te encuentras en mis sueños, en mis pesadillas, en mis días y en mis noches.

Te amaré hasta que drene al corazón. 

Y ya me hice de una manguera, un puñal y una bomba de succión, me voy a desangrar de ti hasta la palidez de mis labios, hasta el último suspiro de la flor, hasta fusionar tus espinas con mis pétalos, que sin ti caen como cuando otoño y desfallecen hacia el frágil suelo, besándolo, acariciándolo y cobijándolo, así hasta que lo entierran en una tumba de hojas, enterrado como la gran muerte, como la gran paz, inerte y sucumbido por la hermosa lápida de hojas y flores.

Poco a poco, corazón.

martes, 15 de octubre de 2013

Iba haciendo un esfuerzo cuando sentí que bajaba la dopamina, entonces

Hey, tú, recuerda lo siguiente, como te decía tu mamá cuando pequeño, Tranquilito y a cantar que todo va a mejorar. Nada como un día a la vez, recuerda que hay que respirar con serenidad. Mira niño, todo mal tiene su final. Abre tus ojitos, ninguna pesadilla mata, esto pasará.

Iba mejorando, lo suficiente como para filosofar y procrastinar, todo al mismo tiempo, como iluminado, como poeta, como artista, como animal en celo y entonces sentí, pensé y claudiqué, Todo amor tiene su final. Y esta frase llena de patrañas junto a bajos niveles dopamínicos, un clima tan frío como la puta de su madre, sentir el tuétano de los huesos agolparse, una soledad insoportable junto a una asquerosa y mundana cruda etílica terminaron por desbocar mi ansiedad y hartazgo hasta el infinito y más allá.

Hijo, un momento de pasión tendrás que encontrar, aunque sea uno chiquito y bajito como el murmullo,  no tiene que ser infinito como el cosmos, no tiene que ser depredador como el humano, no tiene que ser falso como el poder, sino uno transitorio como tus ideas, uno que varíe como la prosa poética. En este punto la dopamina se tomaba un shot de expreso doble.

Lo único transitorio han sido mis amores, lo mugí claramente y la señora que iba sentaba a mi lado se paro de su asiento y se fue a otro vagón del metro. Pinche señora, de seguro no le gustan extranjeros, menos los cursis. Me dió igual pero la frase volvió a mi cabeza haciéndola recordar, luego, más claros que el agua me llegaron los episodios non sacros, entonces, casi como programación neurolingüística inculqué a mis adentros, Sin mañana, sin pasado, solo el hoy y mejoró el respiro.

Cuando voltees y veas a la tristeza cargada de una cajita de Pandora a punto de entrometerse en tu psiqué, no habrá más que correr, pero si esta llegase a abrirse dentro de ti, a través de suspiros que se convierten en minutos, días sin baños, semanas de retiro y visitas a la tienda buscando la soga del sueño, habrá que hacer todo lo descrito anteriormente. Si no funciona, habrá que rematar rezando seiscientos sesenta y seis padres nuestros.

¿Estás mejor? Sino, o estás poseído o simplemente eres un chiflado. Me di cuenta que estaba poseído por ella y que también soy un chiflado. El mundo iba gris, su recuerdo gris, el mar gris y su rojo cabello se había puesto gris. Gris de lágrimas, gris salado, gris, gris, gris. Saliendo del metro me aviento del cielo y san se acabó, dos paradas más, pensé.

Luego, en la siguiente estación, una mirada desconocida y fijamente posándose directo a mis ojos, un par de arrugas junto a otros muchos pares de arrugas, una sonrisa y sus palabras, todos sus sonidos fueron sensatos, versos llenos de paz, cantados poéticamente, en verso de perfecto tempo, había encontrado el eslabón perdido del perfecto poema, su gracia era infinita, toda bella, toda sabia. Y a pesar de no haber entendido nada de lo que dijo -hablaba otro idioma- yo lo sé, yo lo escuché, yo lo sentí, yo lo viví.

Paró el metro y se iba, antes me pidió la mano, la cogió, la apretó y la usó para ayudarse a bajar. Su tacto en mi caos y sus ojos en los míos pudieron hacerme redimir del pensamiento nefasto y volver a posar las bellezas de la tierra por las vías de tren alguna vez colapsadas, como vagones destinados a descarrilar al que les ofrecen segundas oportunidades, un nuevo par de alas, alas que vuelan muy alto, alas más resistentes que las de Ícaro.

No entendí sus palabras ni admiré a su templo, solo fue una simple y deliciosa cascada de brisa fresca en el corazón. Sin mirada, sin pensamiento, sin fin. Puro amor sin deseo, sin tapujos y sin las complicaciones del lenguaje que me hicieron pasar de un enclenque depresivo a uno lleno de chispas junto a sus respectivos catalizadores.

martes, 8 de octubre de 2013

Mientras oía números, recursos y tramas,


Cajas, activos, significantes, cuentas y capital;
Todo se desboca mientras el agua de mi bote brinca
queriéndose escapar de sus fauces plásticas
sudando estalactitas de cristal muertas,
y así a mis ideas que colapsan excitadas
desde lo más negro del cráneo,
un shot de dopamina a la psiqué
que se me sale el calvario.

Y estas gotas me recuerdan al sudor
que recorría toditita tu piel
cada vez que gemías en llanto
mientras entrábamos y escapábamos
uno y otro a la vez,
un sendero hacia la divinidad,
mi guía espiritual hacia tu cuerpo inmaculado
ajustado por el frenesí de tu piel,
una gotita de sal, pudor y agua
fusionándose en lo más profundo de la boca.

La senda más poética de todas,
el cauce recorrido de la gota de sudor
naciendo desde tu sien izquierda,
erotizándote el cuerpo
en caída libre al compás de la gravedad
recorriendo tu feminidad
hasta lo más bajo de ti,
-no, no son tus ideas,
tampoco tu sexo-
el dedo meñique de
tu regordete y delicioso pie izquierdo.

Gotas de amor
humedad sacra venusiana
me embriago de mar
y fantaseo que estas gotas
se disolverán junto a Soledad,
la que habita en mi paladar
y lo volverán a hacer
junto al cósmico corazón.

Disfruto recordar el desnudarte
sin la necesidad de quitarte la ropa.