viernes, 10 de enero de 2014

Berlín y Madrid

En Berlín se anda con la mirada posada en los más altos horizontes, la ciudad, históricamente fue vestida para ser admirada dentro del contexto más global y diverso después de la última gran tragedia bélica, una ciudad construida junto a la directriz de los ganadores del conflicto, una ciudad diezmada que poco a poco olvida su violenta historia y a sus agresores, una ciudad en constante evolución. Estando en este lugar se disfruta del cielo, de su diversa arquitectura y su travesía por la historia. Al andar es posible percatarse que en dicho sitio, el pensamiento, la razón y la creación se confabulan para mostrar la descendencia de sus caricias nocturnas, sus secuelas son la dicha y la libertad. Se anda con tal serenidad que uno es capaz de desfragmentar las partículas del entorno y saborearlas con el paladar, divisar al átomo multicolor, electrones, protones y neutrones que dan sentido a la materia y a nuestros pensamientos, sus olores son diversos y placenteros, el andar, más seguro que un condón de doble pared. A Berlín le gusta nadar entre galerías de arte y el pensamiento filosófico se denota en cada rincón de la capital germana. Berlín, raíz fecunda que crece y crece y ha sido capaz de dar sombra, cobijo y arropo al futuro y precursor pensamiento humano.

Mientras tanto, en Madrid, el horizonte se venera más a ras de suelo y hacia los infiernos, dotada de una hermosísima pero estandarizada arquitectura clásica que todos disfrutamos, hay que andarse con mucho cuidado, poniendo los pies en la tierra y la mirada cautelosa ya que por todos lados está lleno de mierda. Y pisar mierda ajena es uno de los peores males que aquejan actualmente al primer mundo banal. Madrid es como mi casa americana, llena de caos, de desorden, de una pasividad que raya en la paz del asceta pero que es una bomba dormida que se vislumbra liberada en la fiesta cotidiana. Aquí podría reforzar mi pensamiento con fragmentos del Laberinto de la Soledad, del maestro Octavio Paz, pero no recuerdo cuál de todos los ensayos de aquel libro era aquel en donde trata esta situación, aquel fragmento en donde explica sobre la soledad de la persona y la liberación de su alma en la fiesta que nunca acaba, consecuencia de esta contraria dualidad. Aquí en Madrid se ha peleado tanto por los derechos que por ahora confirmo que la balanza ya no es pareja, a veces -más cuando la cabecita está cargada de ansiedad- llego a pensar que su entorno es demasiado apático y raya en lo perezoso. Madrid también es creativa y está llena de prejuicios, siempre desvalorando a su propia estirpe para posar sus ojos en otros lugares como EUA, Inglaterra o Alemania, es aquí donde empiezo a entender el malinchismo mexicano, un pensamiento que nos ha sido impuesto por nuestros alguna vez violentos padres ibéricos. Madrid es caos que arropa y gente cálida -quizás no tan cachonda como la de Barcelona- que abriga a todo aquel que llega a la ciudad por una corta temporada o para vivir, la cuestión es salir a buscar los ocasos, si uno busca, encuentra. Y así, como toda capital urbana, los pensamientos, la trascendencia y el devenir de la ciudad está llena de universales y diversos ingredientes que hacen de esta capital, un platillo gastronómico lleno de infinitas posibilidades y sazones.

Berlín y Madrid, de aquellas ciudades en donde mi incipiente depresión descansa sobre una cama de pétalos de algodón y seda, respirando el fresco rocío del éter que todas las madrugadas brinda paz a la psiqué y al alma.

Vaya, vaya, vaya.

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