viernes, 8 de noviembre de 2013

Cinco y nadamás

Son sus últimos cinco minutos antes de que le vayan a fusilar. ¿Qué se hace, qué se piensa, qué se siente? Mientras se lo pregunta pierde un minuto de vida. Un valioso y suculento momento de vida.

Quedan sus últimos 240 segundos de respiro, ¿serán suficientes segundos para arrepentirse de todo? Pero ni tiempo le dan para el injusto arrepentimiento, mucho menos para la última penitencia. ¿Pedir perdón, arrepentirse o seguir siendo un verdadero hijo de puta desalmado?

Quedan tres chiquiticos minuticos. El cerebro se le apagó. Empieza el anunciamiento, su apocalipsis, la venida del señor. La venida del señor en su cara, como puta ninfa bella. Espera, no hay tiempo para bromas, no a minutos del fusilamiento. No, el cerebro está muerto. Es la venida de la muerte. ¿Estará listo?

Ciento y veinte segundos le bastaron para violarla, cortarla y matarla. Dos minutos en los cuales no sabe ni qué decir. Se le van los segundos, se le va la vida, se le viene la muerte.

Uno y nadamás, se escuchó desde las oscuras bocinas agazapadas en los más recónditos aposentos del espacio. Y a segundos del último instante, la cabeza, el alma, el cuerpo se le llenó de infinitos, de cupidos, de sueños inmortales, de mar. El desbocamiento de los sentimientos y las ideas corroen a su ser antes del último estruendo.

Y cuando finalmente se pregunte, ¿Qué pasa, a dónde voy, qué sigue? Zas. Todo estalla. Su cráneo, su pecho, se le salieron algunos intestinos después del goce de fuego. Rodillas, codos, huesos y alma. Todo se pudre, todo se revienta, todo se desfragmenta como polvo cósmico.

Uno, dos, tres...cuenta los segundos mientras todo se apaga tempestivamente.

Muerte.

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